viernes, 30 de junio de 2017
DE JESÙS SE DICE = “Jamás ha hablado otro hombre así”
LOS fariseos están furiosos. Jesús se encuentra en el templo, enseñando la verdad acerca de su Padre ante un público dividido: muchos ponen fe en Jesús, pero otros quieren que sea arrestado. La ira termina consumiendo a los líderes religiosos, así que envían a un grupo de guardias para que lo detengan. Sin embargo, estos regresan con las manos vacías. Los sacerdotes principales y los fariseos exigen una explicación: “¿Por qué no lo trajeron?”. Los guardias responden: “Jamás ha hablado otro hombre así”. En efecto, les ha impresionado tanto su forma de enseñar que no se han atrevido a arrestarlo (Juan 7:45, 46).
2 Pero aquellos guardias no eran los únicos a quienes les asombraba la manera como enseñaba Jesús. Multitudes de personas se congregaban tan solo para oírlo (Marcos 3:7, 9; 4:1; Lucas 5:1-3). ¿Por qué razón era un maestro tan extraordinario? Como vimos en el capítulo 8, él amaba las verdades que transmitía y a las personas a las que enseñaba. Además, dominaba magistralmente los métodos de enseñanza. Examinemos tres de estas eficaces técnicas docentes y cómo podemos imitarlas.
Sencillez al enseñar
3 ¿Nos imaginamos el amplísimo vocabulario que podía haber usado Jesús? Sin embargo, a la hora de enseñar, siempre tenía en cuenta el nivel de sus oyentes, que en su mayoría eran “iletrados y del vulgo” (Hechos 4:13). Estaba consciente de sus limitaciones y nunca los abrumaba con demasiada información (Juan 16:12). Las palabras que usaba eran sencillas, pero las verdades que transmitía no podían ser más profundas.
4 Tomemos por caso el Sermón del Monte, según aparece en Mateo 5:3–7:27. En este discurso, Jesús dio consejos que realmente hacen pensar, pues llegan hasta el fondo mismo de los asuntos. Sin embargo, no utilizó frases ni argumentos complicados. A duras penas encontraremos una palabra que no sean capaces de entender con facilidad hasta los más pequeños. Por eso, no nos extraña que, al concluir el sermón, la muchedumbre —entre la que seguramente había muchos campesinos, pastores y pescadores— ‘quedara atónita por su modo de enseñar’ (Mateo 7:28).
5 Cuando enseñaba a las personas, Jesús utilizaba por lo general frases sencillas y breves, pero con un profundo significado. De este modo, mucho antes de la llegada de la imprenta, logró que su mensaje quedara grabado de forma imborrable en la mente y el corazón de quienes lo escucharon. Tan solo pensemos en algunos ejemplos: “Dejen de juzgar, para que no sean juzgados”. “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” “El espíritu [...] está pronto, pero la carne es débil.” “Paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios.” “Hay más felicidad en dar que en recibir.” (Mateo 7:1; 9:12, Reina-Valera, 1909; 26:41; Marcos 12:17; Hechos 20:35.) Casi dos milenios después, estos dichos siguen siendo tan valiosos como el día que se pronunciaron.
6 Ahora bien, ¿cómo lograremos nosotros enseñar con sencillez? Una condición esencial es emplear un lenguaje que resulte fácil de entender para la mayoría de la gente. Recordemos que las verdades fundamentales de la Palabra de Dios no son complicadas. Además, es a las personas de corazón sincero y humilde a quienes Jehová ha revelado sus propósitos (1 Corintios 1:26-28). Por lo tanto, usemos palabras comunes y corrientes, pero bien elegidas, y así podremos transmitir con eficacia las verdades de la Palabra de Dios.
7 Por otra parte, para enseñar con sencillez, hay que tener mucho cuidado de no sobrecargar a los estudiantes de la Biblia con demasiada información. Por eso, cuando les demos clases bíblicas, no es conveniente que expliquemos todos los detalles. Tampoco debemos ir a toda prisa, como si lo más importante fuera abarcar cierto número de páginas en cada sesión de estudio. Lo mejor es adaptar el ritmo del estudio a las necesidades y la capacidad de cada persona. La meta es ayudar al estudiante a seguir a Cristo y adorar a Jehová. Para ello tenemos que tomarnos todo el tiempo que haga falta hasta que comprenda a un grado razonable lo que se está analizando. Solo de este modo lograremos que la verdad bíblica le llegue al corazón y lo motive a poner por obra las cosas que ha aprendido (Romanos 12:2).
Preguntas adecuadas
8 Jesús utilizó las preguntas de manera admirable. Incluso las empleó en ocasiones en que se hubiera tardado menos explicando directamente el punto. Pero entonces, ¿para qué hacía las preguntas? Pues bien, a veces las planteaba con la intención de sacar a la luz los motivos de sus adversarios y así hacerlos callar (Mateo 21:23-27; 22:41-46). Sin embargo, en otros casos las utilizaba para lograr que sus discípulos le expresaran lo que pensaban o para estimular y desarrollar su capacidad de razonamiento. Por eso, empleaba fórmulas como “¿Qué les parece?” y “¿Crees tú esto?” (Mateo 18:12; Juan 11:26). Con estas preguntas, lograba llegarles al corazón. Veamos un ejemplo.
9 En cierta ocasión, unos recaudadores le preguntaron a Pedro si Jesús pagaba el impuesto del templo. Sin pensarlo dos veces, Pedro respondió que sí. Más tarde, Jesús razonó con él: “¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes reciben los reyes de la tierra contribuciones o la capitación? ¿De sus hijos, o de los extraños?”. Pedro le contestó: “De los extraños”. Y Jesús repuso: “Entonces, realmente, los hijos están libres de impuestos” (Mateo 17:24-27). Sin duda, el punto que destacaban las preguntas era obvio para Pedro, pues todos sabían que las familias de los reyes estaban exentas de tributos. Por consiguiente, estaba claro que Jesús, al ser el Hijo unigénito del Rey celestial al que se adoraba en el templo, no estaba obligado a pagar el impuesto. Notamos que, en vez de decirle directamente a Pedro la respuesta acertada, Jesús empleó con tacto las preguntas para ayudarle a sacar la conclusión correcta, y tal vez para ayudarle a ver que en el futuro era mejor que pensara un poco más antes de responder.
10 ¿Cómo lograremos emplear hábilmente las preguntas en el ministerio? Al predicar de casa en casa, usémoslas para despertar el interés de la gente, pues así tal vez consigamos que escuche nuestro mensaje. Por ejemplo, si sale a la puerta una persona mayor, pudiéramos preguntarle con respeto: “¿Le parece a usted que el mundo ha cambiado a lo largo de su vida?”. Cuando nos conteste, pudiéramos añadir: “En su opinión, ¿qué haría falta para que el mundo fuera mejor?” (Mateo 6:9, 10). Y si nos atiende una madre con niños pequeños, quizás podríamos decirle: “¿Se ha preguntado cómo será el mundo cuando sus hijos sean grandes?” (Salmo 37:10, 11). En muchos casos, observar con atención la vivienda nos permitirá pensar en preguntas que sean apropiadas para los intereses del ocupante.
11 ¿Cómo podríamos usar eficazmente las preguntas al conducir estudios bíblicos? Pues bien, podemos plantear preguntas bien pensadas para saber lo que la persona tiene en su corazón (Proverbios 20:5). Imaginémonos que estamos estudiando el libro ¿Qué enseña realmente la Biblia? y llegamos al capítulo “El modo de vida que le agrada a Dios”, que habla de cómo ve Jehová la inmoralidad sexual, la mentira, la borrachera y otras prácticas. Las respuestas del estudiante tal vez indican que entiende lo que enseña la Biblia, pero ¿lo acepta de verdad? Para averiguarlo, quizás convenga decirle: “¿Le parece razonable lo que piensa Dios sobre estos temas?”. O también: “¿Cómo podría aplicar usted esta información en su vida?”. Claro, no debemos olvidar que hay que tener tacto y respetar la dignidad del estudiante, pues no hay por qué abochornarlo (Proverbios 12:18).
Lógica aplastante
12 Con su mente perfecta, Jesús era capaz de razonar magistralmente con las personas. Podía valerse de argumentos muy convincentes para refutar las acusaciones de sus adversarios. Pero también podía emplear razonamientos muy persuasivos cuando quería enseñar a sus discípulos lecciones útiles. Veamos algunos ejemplos.
13 Cuando Jesús curó a un endemoniado que no podía ver ni hablar, los fariseos protestaron: “Este no expulsa a los demonios sino por medio de Beelzebub [Satanás], el gobernante de los demonios”. Reconocían que había sido necesario algún poder sobrehumano para expulsar a los demonios, pero lo atribuían a Satanás. Aquella acusación no solo era falsa, sino absurda. Para ilustrar lo equivocada que era esa línea de pensamiento, Jesús replicó: “Todo reino dividido contra sí mismo viene a parar en desolación, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no permanecerá en pie. Así mismo, si Satanás expulsa a Satanás, ha llegado a estar dividido contra sí mismo; entonces, ¿cómo podrá estar en pie su reino?” (Mateo 12:22-26). En otras palabras, lo que Cristo estaba diciendo era lo siguiente: “Si yo soy un agente de Satanás y estoy deshaciendo lo que él ha hecho, entonces Satanás está obrando en contra de sus propios intereses y no va a tardar en caer”. ¿Quién iba a contradecir un razonamiento tan lógico?
14 Pero Jesús no había terminado su argumentación. Sabiendo que algunos discípulos de los fariseos habían expulsado demonios, les hizo una pregunta sencilla, pero muy impactante: “Si yo expulso a los demonios por medio de Beelzebub, ¿por medio de quién los expulsan los hijos [es decir, los discípulos] de ustedes?” (Mateo 12:27). El razonamiento de Jesús se podría resumir así: “Si yo expulso demonios por el poder de Satanás, los discípulos de ustedes tienen que estar recurriendo al mismo poder que yo”. ¿Qué iban a decir los fariseos? Nunca admitirían que sus discípulos empleaban poderes satánicos. De modo que Jesús, tomando como punto de partida el razonamiento erróneo de los fariseos, los forzó a llegar a una conclusión que les era sumamente incómoda. ¿No es apasionante leer cómo razonaba Jesús con ellos? Pues imagínese cómo debieron sentirse las multitudes que escucharon directamente sus palabras, ya que estas sin duda cobraban fuerza con su presencia y con el tono de su voz.
15 Jesús también empleó razonamientos lógicos y persuasivos para enseñar conmovedoras verdades acerca de su Padre. En muchos casos se valió de los razonamientos del tipo “con cuánta más razón”, con los que ayudó a sus oyentes para que, a partir de una verdad conocida, llegaran a un convencimiento más profundo. Este tipo de lógica, basada en el contraste, tiene el poder de llegar a lo más hondo de la persona. Veamos un par de ejemplos.
16 En cierta ocasión, los discípulos de Jesús le pidieron que les enseñara a orar. En respuesta, él señaló que los padres humanos, pese a ser imperfectos, quieren “dar buenos regalos a sus hijos”. A partir de ahí razonó: “Si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta más razón dará el Padre en el cielo espíritu santo a los que le piden!” (Lucas 11:1-13). La lógica se basaba en el contraste: si los padres humanos —siendo pecadores— atienden las necesidades de sus hijos, con mucha más razón lo hará el Padre celestial —que es perfecto y justo—, dando espíritu santo a sus siervos leales que le oran humildemente.
17 Jesús recurrió a un argumento parecido al enseñar cómo afrontar las inquietudes. Dijo: “Los cuervos [...] ni siembran ni siegan, y no tienen ni troje ni granero, y sin embargo Dios los alimenta. ¿Cuánto más valen ustedes que las aves? Reparen en los lirios, cómo crecen; no se afanan, ni hilan [...]. Pues, si Dios viste así a la vegetación del campo que hoy existe y mañana se echa en el horno, ¡con cuánta más razón los vestirá a ustedes, hombres de poca fe!” (Lucas 12:24, 27, 28). Si Jehová cuida a las aves y las flores, ¡cuánto más cuidará de los seres humanos que lo aman y adoran! Con razonamientos así, Jesús logró sin duda llegar al corazón de sus oyentes.
18 En nuestro caso, cuando participamos en el ministerio, utilizamos razonamientos sólidos para rebatir creencias erróneas. Por otro lado, también empleamos argumentos persuasivos para enseñar las conmovedoras verdades acerca de Jehová (Hechos 19:8; 28:23, 24). Pero ¿quiere decir esto que tenemos que emplear una lógica muy compleja? De ningún modo. La lección que aprendemos de Jesús es que los argumentos más eficaces son los que se presentan con sencillez.
19 Por ejemplo, ¿cómo responderíamos si alguien nos dice que no cree en Dios porque nunca lo ha visto? Podríamos tomar como base la ley natural de causa y efecto. Cada vez que observamos un efecto, comprendemos que tiene que haber una causa. Así que podríamos decir lo siguiente: “Si nos encontráramos en una región apartada y viéramos una casa bien construida y repleta de víveres (el efecto), ¿no es cierto que uno pensaría de inmediato que hubo alguien (la causa) que se encargó de todo? Pues lo mismo ocurre cuando observamos que la naturaleza tiene un maravilloso diseño y que nuestro planeta tiene abundante comida almacenada en la ‘despensa’ (el efecto). ¿Verdad que es lógico deducir que Alguien (la causa) se encargó de todo? La propia Biblia sigue esa línea de pensamiento: ‘Toda casa es construida por alguien, pero el que ha construido todas las cosas es Dios’” (Hebreos 3:4). Claro, no debemos olvidar que, por lógica que sea la argumentación, no convencerá a todo el mundo (2 Tesalonicenses 3:2).
20 Siempre que estemos enseñando, sea en el ministerio o en la congregación, tenemos la opción de usar razonamientos del tipo “con cuánta más razón” para destacar las cualidades y la manera de actuar de Jehová. Por ejemplo, si queremos mostrar que la doctrina del tormento eterno en el fuego del infierno es un auténtico insulto contra Jehová, podríamos decir: “Si un padre ama de verdad a su hijo, ¿lo castigará metiéndole la mano en el fuego? Pues imagínese entonces la repugnancia que debe producirle a nuestro amoroso Padre celestial tan solo la idea de castigar a la gente en el fuego del infierno” (Jeremías 7:31). Y si un hermano en la fe está deprimido, podemos confirmarle que Jehová lo ama razonando así: “Si para Jehová es valioso algo tan pequeño como un gorrión, ¿no le parece que debe querer mucho más a cada una de las personas que le servimos en la Tierra, incluido usted?” (Mateo 10:29-31). Razonando así, seguramente llegaremos a su corazón.
21 Solo hemos examinado tres de los métodos que Jesús empleó para enseñar, pero ya comprendemos sin dificultad por qué los guardias que fueron a arrestarlo no estaban exagerando cuando dijeron: “Jamás ha hablado otro hombre así”. En el próximo capítulo examinaremos la técnica docente por la que probablemente es más famoso Jesús: el uso de ilustraciones o parábolas.
[Notas]
Los guardias probablemente trabajaban para el Sanedrín y estaban bajo las órdenes de los sacerdotes principales.
El apóstol Pablo es el único que cita estas palabras, que se encuentran en Hechos 20:35. Puede que las recibiera oralmente —bien de alguien que hubiera escuchado a Jesús pronunciarlas, o bien del propio Cristo resucitado— o por revelación divina.
Cada judío pagaba como impuesto anual del templo dos dracmas, el salario habitual de dos días. Una obra especializada señala: “Este impuesto se empleaba principalmente en sufragar el costo de los holocaustos cotidianos y de todos los sacrificios en general que se hacían en nombre del pueblo”.
Editado por los testigos de Jehová.
Suelen denominarse “argumentos a fortiori”, expresión latina que significa “con más razón; con mayor motivo o seguridad”.
[Preguntas del estudio]
1, 2. a) ¿Por qué regresaron con las manos vacías los guardias enviados a detener a Jesús? b) ¿Por qué era Jesús un maestro tan extraordinario?
3, 4. a) ¿Por qué enseñaba Jesús con un lenguaje sencillo? b) ¿Cómo muestra el Sermón del Monte la sencillez con que enseñaba Jesús?
5. Dé algunos ejemplos de frases de Jesús que eran sencillas pero que tenían un profundo significado.
6, 7. a) Para enseñar con sencillez, ¿por qué es importante que usemos un lenguaje fácil de entender? b) ¿Qué podemos hacer para no sobrecargar a los estudiantes con demasiada información?
8, 9. a) ¿Con qué propósito planteaba preguntas Jesús? b) ¿Cómo ayudaron las preguntas de Jesús a que Pedro sacara la conclusión correcta sobre el pago del impuesto del templo?
10. ¿Cómo lograremos emplear hábilmente las preguntas en la predicación de casa en casa?
11. ¿Cómo podríamos usar eficazmente las preguntas al conducir estudios bíblicos?
12-14. a) ¿De qué maneras utilizó Jesús su habilidad para razonar con lógica? b) ¿Qué argumentos convincentes empleó Jesús cuando los fariseos lo acusaron de usar poderes satánicos?
15-17. Mencione algún ejemplo de los razonamientos del tipo “con cuánta más razón” que utilizó Jesús para enseñar conmovedoras verdades acerca de su Padre.
18, 19. ¿Cómo razonaríamos con alguien que nos dijera que no cree en Dios porque nunca lo ha visto?
20, 21. a) ¿Cómo podemos emplear los argumentos del tipo “con cuánta más razón” para destacar las cualidades y la manera de actuar de Jehová? b) ¿Qué examinaremos en el próximo capítulo?
[Recuadro de la página 117]
¿Cómo podemos seguir a Jesús?
● ¿Cómo nos ayudan los comentarios de Jesús a elegir las palabras que usaremos al dar discursos? (Mateo 11:25.)
● ¿De qué maneras pueden los oradores imitar a Jesús al utilizar preguntas de este tipo? (Mateo 11:7-9.)
● ¿Cómo podríamos utilizar prudentemente las hipérboles —o exageraciones intencionadas— cuando enseñamos a otras personas? (Mateo 7:3; 19:24.)
● ¿Cómo podemos demostrar de manera práctica las lecciones que queremos enseñar? (Juan 13:5, 14.)
[Ilustración de la página 110]
Hay que enseñar con sencillez
[Ilustración de la página 112]
Adaptemos las preguntas a los intereses de quien nos está escuchando
[Ilustración de la página 116]
Procuremos siempre usar razonamientos que lleguen al corazón
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario