domingo, 2 de julio de 2017

Debemos “ejercer justicia” al andar con Dios


IMAGÍNESE que se encuentra atrapado en un naufragio. En el momento en que ha perdido la esperanza, acude un rescatador y lo lleva a un lugar seguro. ¡Qué alivio siente cuando lo aleja del siniestro y le dice: “Ya está a salvo”! ¿No estaría en deuda con él? Literalmente le debería la vida.
2 En algunos aspectos, este ejemplo ilustra lo que ha hecho Jehová por nosotros. Es patente que estamos en deuda con él. A fin de cuentas, es quien ha suministrado el rescate, posibilitando nuestra liberación de las garras del pecado y la muerte. Nos sentimos seguros, conscientes de que, mientras demostremos fe en ese valiosísimo sacrificio, se nos perdonarán los pecados y tendremos garantizado un futuro eterno (1 Juan 1:7; 4:9). Como vimos en el capítulo 14, el rescate es una manifestación sublime del amor y la justicia de Dios. ¿Cómo hemos de reaccionar ante esta dádiva?
3 Es apropiado examinar lo que nos reclama nuestro amoroso Rescatador, el Todopoderoso, quien se expresó así por boca del profeta Miqueas: “Él te ha dicho, oh hombre terrestre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que Jehová está pidiendo de vuelta de ti sino ejercer justicia y amar la bondad y ser modesto al andar con tu Dios?” (Miqueas 6:8). Observamos que “ejercer justicia” es uno de sus requisitos. ¿Cómo lo satisfacemos?
Sigamos tras la “verdadera justicia”
4 Jehová espera que nos rijamos por sus normas del bien y del mal. Puesto que son rectas, aplicarlas equivale a perseguir la rectitud. “Aprendan a hacer lo bueno; busquen la justicia”, dice Isaías 1:17. La Biblia nos insta a ‘buscar la justicia’ y a “vestir[nos] de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia” (Sofonías 2:3; Efesios 4:24). La auténtica justicia repudia la violencia, la impureza y la inmoralidad, porque atentan contra la santidad (Salmo 11:5; Efesios 5:3-5).
5 ¿Supone una carga obedecer los justos preceptos de Jehová? De ningún modo. Sus requisitos no irritan al corazón que se siente atraído al Creador. Dado el afecto que sentimos por él y por todo lo que representa, deseamos que nuestra forma de vivir le agrade (1 Juan 5:3). Recordemos que él “ama los actos justos” (Salmo 11:7). Por tanto, si queremos imitar su rectitud, tenemos que amar lo que ama y odiar lo que odia (Salmo 97:10).
6 A las personas imperfectas nos resulta difícil buscar la justicia. Tenemos que desnudarnos de la vieja personalidad con sus prácticas pecaminosas y vestirnos de otra totalmente diferente, que, como dice la Biblia, “va haciéndose nueva” mediante conocimiento exacto (Colosenses 3:9, 10). Las palabras “va haciéndose nueva” indican que la adopción de esta personalidad es un proceso continuo y arduo. Y no importa cuánto nos esforcemos por actuar bien, habrá momentos en que nuestras tendencias nos harán pecar de pensamiento, palabra u obra (Romanos 7:14-20; Santiago 3:2).
7 ¿Cómo deberíamos ver los fracasos en la lucha por practicar la justicia? Aunque, claro está, no queremos restarle importancia al pecado, nunca hemos de darnos por vencidos ni pensar que tales deficiencias nos hacen indignos de servir a nuestro benévolo Dios. Él ha dispuesto lo necesario para que recobre su favor quien se arrepienta de corazón. Reflexionemos en estas alentadoras palabras del apóstol Juan: “Les escribo estas cosas para que no cometan un pecado”. Pero luego admite con realismo: “No obstante, si alguno comete un pecado [a causa de la imperfección heredada], tenemos un ayudante para con el Padre, a Jesucristo” (1 Juan 2:1). En efecto, Jehová ha suministrado el sacrificio redentor de Jesús para que podamos servirle de modo acepto a sus ojos pese a nuestra naturaleza pecaminosa. ¿No nos mueve este hecho a hacer lo sumo posible por agradarle?
Las buenas nuevas y la justicia divina
8 Ejercitamos la justicia —y de hecho imitamos la de Jehová— al hacer cuanto esté en nuestra mano por predicar las buenas nuevas del Reino. Ahora bien, ¿qué relación hay entre estas y la justicia divina?
9 Jehová no eliminará este mundo perverso sin antes dar advertencia. En su profecía sobre los sucesos del tiempo del fin, Jesús dijo: “En todas las naciones primero tienen que predicarse las buenas nuevas” (Marcos 13:10; Mateo 24:3). El adverbio “primero” implica que la predicación mundial irá seguida de otros eventos, entre ellos la predicha gran tribulación, en la que se destruirá a los malvados y se preparará el camino para instaurar un nuevo mundo donde imperará la rectitud (Mateo 24:14, 21, 22). Ciertamente, nadie tiene razón para acusar a Dios de no ser equitativo con los impíos, pues les avisa, dándoles muchas oportunidades para enmendarse y librarse de la destrucción (Jonás 3:1-10).
10 ¿Cómo manifestamos la justicia divina al predicar las buenas nuevas? En primer lugar, es justo hacer todo lo posible por ayudar al prójimo a salvarse. Retomemos la ilustración del naufragio. Una vez que usted estuviera a bordo de la lancha de salvamento, sin duda trataría de socorrer a quienes siguieran en el agua. De igual modo, tenemos el deber de auxiliar a quienes luchan por sobrevivir en las “aguas” de este mundo malvado. Aunque muchos rechazan nuestro mensaje, mientras Jehová siga demostrando paciencia, estamos obligados a brindarles la oportunidad de que “alcancen el arrepentimiento” y así emprendan el camino de la salvación (2 Pedro 3:9).
11 Al predicar las buenas nuevas a cuantos encontramos, manifestamos la justicia de otra forma importante: actuamos sin favoritismo. Hay que recordar que “Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto” (Hechos 10:34, 35). Por lo tanto, imitamos la equidad divina cuando rechazamos los prejuicios y llevamos las buenas nuevas sin reparar en la raza ni en la posición social o económica de la gente. De este modo permitimos que quienes estén dispuestos a ello las escuchen y reaccionen en consecuencia (Romanos 10:11-13).
La manera de tratar al prójimo
12 También ejercitamos la justicia tratando a los demás como nos trata el Creador. Es fácil juzgarlos, criticarlos y cuestionar sus intenciones. Pero ¿a quién le gustaría que el Altísimo evaluara implacablemente sus motivos y defectos? Él no procede así con nosotros, como bien indicó el salmista: “Si errores fuera lo que tú vigilas, oh Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de pie?” (Salmo 130:3). ¿Verdad que agradecemos que el Dios justo y misericordioso no se centre en nuestros fallos? (Salmo 103:8-10.) Entonces, ¿cómo deberíamos tratar al semejante?
13 Si comprendemos que la justicia divina es misericordiosa, no nos apresuraremos a juzgar al prójimo en asuntos que no nos conciernan o que sean de importancia secundaria. En el Sermón del Monte, Jesús advirtió a su auditorio: “Dejen de juzgar, para que no sean juzgados” (Mateo 7:1). De acuerdo con el evangelista Lucas, luego añadió: “Dejen de condenar, y de ninguna manera serán condenados” (Lucas 6:37). Cristo demostró que conocía la tendencia del hombre imperfecto a erigirse en juez de su semejante. Era preciso que los oyentes de Jesús que acostumbraran juzgar con severidad dejaran de hacerlo.
14 ¿Por qué ‘dejar de juzgar’? Primero, porque la autoridad que poseemos es limitada. El discípulo Santiago nos recuerda que “uno solo hay que es legislador y juez”: Jehová. Luego formula esta significativa pregunta: “Tú, ¿quién eres, para que estés juzgando a tu prójimo?” (Santiago 4:12; Romanos 14:1-4). Además, nuestra naturaleza pecaminosa se presta a la emisión de juicios poco equitativos. Muchas actitudes y motivos —como el prejuicio, el orgullo herido, los celos y el fariseísmo— pueden llevarnos a ver al semejante con una óptica distorsionada. Y adolecemos de muchas más limitaciones, en las que conviene meditar para no apresurarnos a señalar las faltas ajenas. Por ejemplo, no podemos leer el corazón ni conocemos todas las circunstancias de nadie. Entonces, ¿quiénes somos para imputar malas intenciones a un hermano en la fe o criticar el empeño con que sirve a Dios? En imitación del Todopoderoso, es mucho mejor pasar por alto los defectos y buscar las virtudes.
15 ¿Qué puede decirse de los familiares? Es de lamentar que en el mundo actual se dicten algunas de las sentencias más implacables en un lugar que debería ser un remanso de paz: el hogar. No es raro oír de cónyuges o padres maltratadores que “condenan” a los suyos a una avalancha constante de abusos verbales o físicos. Pues bien, entre los siervos de Dios no caben las palabras crueles, el sarcasmo ofensivo ni las demás agresiones (Efesios 4:29, 31; 5:33; 6:4). Los mandatos de Jesús “dejen de juzgar” y “dejen de condenar” también son aplicables al hogar. Recordemos que practicar la justicia implica tratar a los demás como nos trata Jehová, quien nunca es cruel ni áspero con quienes lo amamos, sino “muy tierno en cariño” (Santiago 5:11). Sin duda, un gran dechado para nosotros.
Los ancianos sirven “para derecho mismo”
16 Todos los cristianos tienen la obligación de ejercitar la justicia, pero en particular los ancianos de la congregación. Fijémonos en la descripción profética que hizo Isaías de tales superintendentes, o “príncipes”: “¡Mira! Un rey reinará para justicia misma; y en cuanto a príncipes, gobernarán como príncipes para derecho mismo” (Isaías 32:1). En efecto, Jehová espera que sirvan a la causa de la rectitud. ¿Cómo pueden hacerlo?
17 Estos hermanos capacitados espiritualmente saben muy bien que la rectitud exige mantener pura a la congregación. Cuando han de juzgar casos de pecados graves, tienen presente que la justicia divina procura actuar con misericordia siempre que sea posible. Por ello tratan de inducir al pecador a arrepentirse de corazón. Ahora bien, ¿qué sucede si, pese a los intentos de ayudarle, no lo logran? La Palabra de Jehová estipula con toda justicia una medida firme: “Remuevan al hombre inicuo de entre ustedes”. En otras palabras, se le expulsa de la congregación (1 Corintios 5:11-13; 2 Juan 9-11). Aunque a los ancianos les duele verse obligados a tomar esta decisión, comprenden que es necesario para salvaguardar la pureza moral y espiritual de la congregación. Aun así, esperan que algún día el transgresor entre en razón y vuelva al pueblo de Dios (Lucas 15:17, 18).
18 Servir a la causa de la justicia también conlleva ofrecer consejos bíblicos siempre que sea preciso. Claro, los ancianos no andan buscando defectos en los demás, ni aprovechan cada ocasión que se presenta para corregirlos. Pero puede que un hermano en la fe “dé algún paso en falso antes que se dé cuenta de ello”. Dado que la justicia divina no es ni cruel ni insensible, es preciso que “traten de reajustar a tal hombre con espíritu de apacibilidad” (Gálatas 6:1). No lo regañarán ni utilizarán palabras duras, sino que lo animarán con consejos amorosos. Aunque tengan que aplicarle la debida censura —exponiendo con franqueza las consecuencias del proceder imprudente—, recordarán que quien se ha descarriado es una oveja del rebaño de Jehová (Lucas 15:7). Cuando se evidencia amor tanto en la motivación del consejo como en la forma de impartirlo, es más fácil que se consiga el objetivo de reajustar al hermano.
19 Los ancianos han de tomar muchas decisiones que tienen que ver con sus hermanos cristianos. Por ejemplo, se reúnen periódicamente para analizar qué varones de la congregación reúnen las condiciones para ser recomendados como superintendentes o siervos ministeriales. Comprenden la importancia de proceder con imparcialidad, por lo que no basan las recomendaciones en sus preferencias, sino en los requisitos divinos. De este modo actúan “sin prejuicio, y no ha[cen] nada según una inclinación parcial” (1 Timoteo 5:21).
20 Los ancianos también administran la justicia divina de otras maneras. Después de predecir que servirían “para derecho mismo”, Isaías dijo: “Cada uno tiene que resultar ser como escondite contra el viento y escondrijo contra la tempestad de lluvia, como corrientes de agua en país árido, como la sombra de un peñasco pesado en una tierra agotada” (Isaías 32:2). De este modo, procuran brindar consuelo y alivio a sus hermanos en la fe.
21 Muchos requieren estímulo ante la multitud de problemas desalentadores que los abruman. Ancianos, ¿cómo ayudarán “a las almas abatidas”? (1 Tesalonicenses 5:14.) Escúchenlas con empatía (Santiago 1:19). Tal vez necesiten manifestarle su inquietud a alguien de confianza (Proverbios 12:25). Confírmenles que gozan del aprecio y amor de Jehová y de sus hermanos cristianos (1 Pedro 1:22; 5:6, 7). Además, oren con ellas y a favor de ellas. Quizás las reconforte escuchar el ruego sincero de un superintendente (Santiago 5:14, 15). El Dios de la rectitud tomará buena nota de sus desvelos por ayudar a los deprimidos.
22 Ciertamente, nos acercamos más al Ser supremo al imitar su justicia. Lo logramos siempre que sostenemos sus rectas normas, difundimos las buenas nuevas de salvación y nos centramos en las virtudes del prójimo, no en sus defectos. Y ustedes, ancianos, reflejan la justicia divina cada vez que salvaguardan la pureza de la congregación, dan edificantes consejos bíblicos, adoptan decisiones imparciales y animan a los desalentados. ¡Qué gozo debe sentir Jehová al ver desde los cielos que su pueblo hace lo sumo posible por “ejercer justicia” al andar con él!
[Notas]
Algunas versiones dicen “no juzguen” y “no condenen”, lecturas que pudieran entenderse como “no empiecen a juzgar” y “no empiecen a condenar”. Sin embargo, los escritores bíblicos utilizan en ambos casos, en su forma negativa, el imperativo presente, que indica acción continuada. Por consiguiente, las acciones indicadas ya estaban en curso y tenían que cesar.
En 2 Timoteo 4:2, la Biblia dice que, dependiendo de la situación, los ancianos deben ‘censurar, corregir o exhortar’. El verbo griego que se traduce “exhortar” (pa·ra·ka·lé·o) puede tener el sentido de “animar”. Un término de la misma familia, pa·rá·kle·tos, se refiere a veces a un abogado. Así, aun cuando los superintendentes censuren con firmeza a un hermano, también han de ayudarlo, pues requiere asistencia espiritual.
Preguntas para meditar
Deuteronomio 1:16, 17 ¿Qué pedía Jehová de los jueces de Israel, y qué aprenden los ancianos de ello?
Jeremías 22:13-17 ¿Contra qué prácticas injustas nos pone sobre aviso Jehová, y qué es esencial para imitar su justicia?
Mateo 7:2-5 ¿Por qué no debemos apresurarnos a buscar las faltas de nuestros hermanos cristianos?
Santiago 2:1-9 ¿Cómo considera Jehová el favoritismo, y cómo podemos aplicar el consejo de este pasaje a nuestras relaciones con el prójimo?
[Preguntas del estudio]
 1-3. a) ¿Por qué estamos en deuda con Jehová? b) ¿Qué nos pide a cambio nuestro amoroso Rescatador?
 4. ¿Cómo sabemos que Jehová espera que vivamos en armonía con sus rectas normas?
 5, 6. a) ¿Por qué no supone una carga obedecer los preceptos de Jehová? b) ¿Cómo indica la Biblia que la búsqueda de la justicia es un proceso continuo?
 7. ¿Cómo deberíamos ver los fracasos en la lucha por practicar la justicia?
 8, 9. ¿En qué sentido constituye la proclamación de las buenas nuevas una demostración de la justicia de Jehová?
10, 11. ¿Cómo manifestamos la justicia divina al predicar las buenas nuevas?
12, 13. a) ¿Por qué no debemos apresurarnos a juzgar al prójimo? b) ¿Qué implica el consejo de Jesús “dejen de juzgar” y “dejen de condenar”? (Véase también la nota.)
14. ¿Por qué razones debemos ‘dejar de juzgar’ al prójimo?
15. ¿Qué palabras y trato no caben entre los siervos de Dios, y por qué no?
16, 17. a) ¿Qué espera Jehová de los ancianos? b) ¿Qué debe hacerse si un pecador no muestra arrepentimiento sincero, y por qué?
18. ¿Qué tienen presente los ancianos al dar consejos bíblicos?
19. ¿Qué decisiones han de tomar los ancianos, y en qué deben basarlas?
20, 21. a) ¿Qué procuran ser los ancianos, y por qué? b) ¿Cómo ayudan los superintendentes “a las almas abatidas”?
22. ¿De qué maneras podemos imitar la justicia de Jehová, y con qué resultados?
[Ilustración de la página 166]
Los ancianos reflejan la justicia de Jehová al animar a los desalentados
[Ilustración de la página 163]
Practicamos la justicia piadosa al difundir las buenas nuevas con imparcialidad

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