viernes, 30 de junio de 2017

JESÙS DICE = “Vayan [...] y hagan discípulos”


EL AGRICULTOR se encara con un grave problema. Algunos meses antes aró sus tierras y sembró las semillas. Bajo su atenta mirada aparecieron los primeros brotes, y con felicidad vio llegar las plantas a su madurez. Ahora ve recompensado todo su arduo trabajo, pues es el momento de cosechar. El problema es que no da abasto para recoger la cosecha. Y como el tiempo del que dispone para recolectar el valioso fruto es limitado, toma la acertada decisión de contratar trabajadores y enviarlos a los campos.
2 En la primavera del año 33, el resucitado Jesús se encara con una dificultad parecida. Las semillas de la verdad que sembró durante su ministerio en la Tierra han producido una abundante cosecha, y hay que recoger a una gran cantidad de personas que desean ser sus seguidores (Juan 4:35-38). ¿Qué medidas toma? En una montaña de Galilea, poco antes de ascender a los cielos, Jesús encarga a sus discípulos que consigan más trabajadores, diciéndoles: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos [...], enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado” (Mateo 28:19, 20).
3 Es en esta misión donde radica precisamente la clave para ser un auténtico seguidor de Cristo. Examinemos, pues, las siguientes tres preguntas: ¿Por qué mandó Jesús conseguir más trabajadores? ¿Cómo preparó a sus discípulos para que pudieran encontrarlos? ¿Qué tiene que ver eso con nosotros?
Por qué hacen falta más trabajadores
4 Cuando Jesús inició su ministerio en el año 29, sabía que no completaría la obra que estaba emprendiendo. El corto tiempo que le quedaba en la Tierra limitaba la cantidad de territorio que podría abarcar, así como la cantidad de personas a las que llevaría el mensaje del Reino. Es verdad que predicó mayormente a judíos y prosélitos, “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24). Pero, aun así, aquellas “ovejas perdidas” se hallaban dispersas por todo Israel, país con una extensión de miles de kilómetros cuadrados. Además, con el tiempo sería necesario anunciar las buenas nuevas en el resto del mundo (Mateo 13:38; 24:14).
5 Consciente de que después de su muerte quedaría mucho por hacer, Jesús dijo a sus once apóstoles fieles: “Muy verdaderamente les digo: El que ejerce fe en mí, ese también hará las obras que yo hago; y hará obras mayores que estas, porque yo estoy siguiendo mi camino al Padre” (Juan 14:12). Puesto que el Hijo regresaría al cielo, sus seguidores —no solo los apóstoles, sino también sus futuros discípulos— tendrían que continuar con la obra de predicar y enseñar (Juan 17:20). Jesús reconoció humildemente que las obras de estos serían “mayores” que las suyas. ¿En qué sentido? De tres maneras. Veamos cuáles son.
6 En primer lugar, los seguidores de Jesús abarcarían más territorio. Su testimonio llega hoy hasta los confines del mundo, mucho más allá de las fronteras dentro de las que él predicó. En segundo lugar, llegarían a más personas. Al pequeño grupo que Jesús dejó en la Tierra se sumaron rápidamente miles y miles de discípulos (Hechos 2:41; 4:4). En la actualidad ascienden a millones, y cada año se bautizan centenares de miles. Y en tercer lugar, los discípulos cristianos predicarían durante más tiempo, hasta nuestros días, casi dos mil años después de que terminara el ministerio de Jesús, que duró tres años y medio.
7 Al decir que sus seguidores harían “obras mayores”, Jesús manifestó su confianza en ellos, ya que les estaba encomendando una tarea que consideraba de suma importancia, a saber, predicar y enseñar “las buenas nuevas del reino de Dios” (Lucas 4:43). Jesús estaba convencido de que cumplirían fielmente su encargo. ¿Qué significado tiene este hecho para nosotros? Cuando participamos en el ministerio con celo y devoción, demostramos que él no se equivocó al confiar en sus seguidores. ¿No es este un gran privilegio? (Lucas 13:24.)
Preparados para dar testimonio
8 Jesús preparó de manera extraordinaria a sus discípulos para el ministerio. Ante todo, les dio un ejemplo perfecto (Lucas 6:40). En el capítulo anterior analizamos su actitud hacia el ministerio. Pues bien, pensemos por un momento en aquellos que lo acompañaron en sus viajes de predicación. Estos lo vieron predicar dondequiera que había gente: junto a lagos y colinas, en ciudades y plazas de mercado, y en casas particulares (Mateo 5:1, 2; Lucas 5:1-3; 8:1; 19:5, 6). También observaron su laboriosidad: se levantaba temprano y se mantenía ocupado hasta bien entrada la noche. Sin duda alguna, el ministerio no era para él un simple pasatiempo (Lucas 21:37, 38; Juan 5:17). Seguramente, ellos percibieron que la motivación de Jesús era el profundo amor que sentía por la gente; tal vez pudieron ver en su rostro la compasión que sentía en el corazón (Marcos 6:34). ¿Qué efecto cree usted que produjo en ellos el ejemplo de Jesús? ¿Qué efecto habría producido en usted?
9 Como seguidores de Cristo, copiamos su ejemplo en nuestro ministerio. Por eso hacemos el máximo esfuerzo a fin de dar un “testimonio cabal” (Hechos 10:42). Al igual que Jesús, vamos a los hogares de las personas (Hechos 5:42). Y si es necesario, adaptamos nuestro programa de actividades diarias para visitarlas cuando haya más probabilidades de hallarlas en su casa. Además, predicamos con discreción en lugares públicos —como calles, parques y tiendas—, así como en el lugar de empleo. Seguimos “trabajando duro y esforzándonos” en nuestro ministerio porque lo tomamos muy en serio (1 Timoteo 4:10). El amor sincero y profundo por nuestros semejantes nos mueve a seguir buscando oportunidades para predicarles a cualquier hora y en cualquier lugar (1 Tesalonicenses 2:8).
10 Otra forma en que Jesús capacitó a los discípulos fue dándoles instrucciones detalladas. Antes de enviar a predicar primero a los doce apóstoles y después a los setenta discípulos, celebró con ellos lo que pudiéramos llamar sesiones de preparación (Mateo 10:1-15; Lucas 10:1-12). Tal adiestramiento fue muy eficaz, pues según Lucas 10:17, “los setenta volvieron con gozo”. Examinemos dos de las importantes lecciones que enseñó Jesús, teniendo presente que sus palabras han de entenderse dentro del marco de las costumbres judías en tiempos bíblicos.
11 En primer lugar, Jesús enseñó a sus discípulos a confiar en Jehová. Les ordenó: “No consigan oro, ni plata, ni cobre para las bolsas de sus cintos, ni alforja para el viaje, ni dos prendas de vestir interiores, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su alimento” (Mateo 10:9, 10). Los viajeros acostumbraban llevar una bolsa para el dinero en el cinto, un morral o alforja para las provisiones y un par extra de sandalias. Al mandar a sus discípulos que no se preocuparan por tales cosas, Jesús en realidad les estaba diciendo: “Tengan plena confianza en que Jehová les proveerá lo necesario”. ¿Cómo haría Jehová eso? Impulsaría a quienes aceptaran las buenas nuevas a que los recibieran con hospitalidad, una cualidad muy común en Israel (Lucas 22:35).
12 En segundo lugar, Jesús enseñó a sus discípulos a evitar las distracciones innecesarias. “No abracen a nadie en saludo por el camino”, les dijo (Lucas 10:4). ¿Estaba enseñándoles a ser descorteses o antipáticos? ¡Por supuesto que no! Lo que sucedía era que en aquellos tiempos el saludo no se limitaba a un simple “hola”, sino que incluía múltiples formalidades y largas conversaciones. Cierto biblista comenta: “Los saludos entre los orientales no consistían —como sucede en las culturas occidentales— en una leve inclinación de cabeza o en extender la mano, sino en muchos abrazos, reverencias y hasta el acto de postrarse en tierra, todo lo cual requería mucho tiempo”. Al decir a sus discípulos que evitaran saludar de la manera acostumbrada, Jesús en cierto modo estaba diciéndoles: “No pierdan ni un minuto porque el mensaje que llevan es urgente”.
13 Nosotros también tomamos a pecho las instrucciones que Jesús dio a los discípulos del siglo primero. Depositamos nuestra total confianza en Jehová al realizar nuestro ministerio (Proverbios 3:5, 6). Sabemos que, si seguimos “buscando primero el reino”, nunca careceremos de lo indispensable para la vida (Mateo 6:33). Por todo el mundo hay predicadores del Reino de tiempo completo que dan fe de que la mano de Jehová nunca se queda corta, ni siquiera en los momentos más difíciles (Salmo 37:25). Reconocemos asimismo la necesidad de evitar las distracciones, pues si nos descuidamos, este mundo puede desviarnos fácilmente de nuestro objetivo (Lucas 21:34-36). Ahora no es momento para distraernos: hay vidas en juego, y el mensaje que llevamos es urgente (Romanos 10:13-15). Mantener vivo en el corazón el sentido de urgencia impedirá que las distracciones de este mundo nos roben el tiempo y la energía que sería mejor emplear en el ministerio. No olvidemos que el tiempo es corto, y la cosecha, abundante (Mateo 9:37, 38).
Una misión en la que todos debemos participar
14 Con las palabras “Vayan [...] y hagan discípulos”, el resucitado Jesucristo dejó en manos de sus seguidores una gran responsabilidad. Él no estaba pensando solamente en los discípulos que se habían congregado en la montaña de Galilea aquel día primaveral. Su encargo fue predicar a “gente de todas las naciones”, y esta obra seguiría efectuándose “hasta la conclusión del sistema de cosas”, por lo que evidentemente todos sus seguidores, incluidos nosotros, debemos participar en ella. Analicemos con más detalle el mandato que Cristo dio en Mateo 28:18-20.
15 Antes de encomendar la misión de hacer discípulos, Jesús dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra” (versículo 18). ¿Tiene Jesús realmente tanta autoridad? ¡Claro que sí! Él es el arcángel, y capitanea miríadas y miríadas de ángeles (1 Tesalonicenses 4:16; Revelación 12:7). Como “cabeza de la congregación”, tiene autoridad sobre sus discípulos en la Tierra (Efesios 5:23). Además, gobierna desde 1914 como Rey Mesiánico en el cielo (Revelación 11:15). Incluso posee autoridad sobre la sepultura, pues tiene el poder de resucitar a los muertos (Juan 5:26-28). Al referirse primero a su gran autoridad, Jesús indica que lo que va a decir a continuación no es una sugerencia, sino un mandato; y puesto que la fuente de tal autoridad no es él, sino Dios mismo, lo más sabio es obedecerle (1 Corintios 15:27).
16 Ahora Jesús pasa a explicar la misión en sí, la cual comienza con una sola palabra: “Vayan” (versículo 19). Como vemos, él quiere que seamos nosotros quienes vayamos y llevemos a otros el mensaje del Reino. Para cumplir con esta encomienda podemos usar diversos métodos. Por ejemplo, predicamos de casa en casa, lo cual es una de las formas más eficaces de tener contacto personal con la gente (Hechos 20:20). También creamos oportunidades para dar testimonio informalmente, pues estamos deseosos de entablar conversaciones sobre las buenas nuevas en cualquier momento oportuno del día. Y aunque los métodos en sí varían según las necesidades y circunstancias locales, hay una cosa que no cambia: todos ‘vamos’ y buscamos hasta descubrir quién es merecedor (Mateo 10:11).
17 Entonces, Jesús pasa a explicar cuál es el objetivo de nuestra misión: “[Hacer] discípulos de gente de todas las naciones” (versículo 19). ¿Cómo lo logramos? Pues bien, un discípulo es un aprendiz, alguien a quien se enseña. Pero hay algo más implicado en hacer discípulos. Cuando ayudamos a alguien a estudiar la Biblia, no queremos que simplemente llene su mente de conocimiento. Queremos que se convierta en un seguidor de Cristo. Por eso, siempre que podemos, resaltamos el ejemplo de Jesús, para que el estudiante aprenda a verlo como su Maestro y Modelo, imite su modo de vida y haga la misma obra que él hizo (Juan 13:15).
18 Un elemento fundamental de la misión se expresa con la frase: “Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo” (versículo 19). El bautismo es el paso más importante que da un discípulo en su vida, pues es una demostración clara de que se ha dedicado a Dios sin reservas; de ahí que sea un paso esencial para la salvación (1 Pedro 3:21). Al discípulo bautizado que sigue haciendo todo cuanto puede en el servicio a Jehová le esperan infinitas bendiciones en el venidero nuevo mundo. ¿Ha ayudado usted a alguien a hacerse discípulo bautizado de Cristo? Si así es, habrá comprobado que no hay otra cosa que cause más gozo en el ministerio cristiano (3 Juan 4).
19 Jesús explica la siguiente parte de la misión al decir: “Enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado” (versículo 20). Los cristianos enseñamos a los nuevos a obedecer los mandatos de Jesús, entre ellos amar a Dios y al prójimo y hacer discípulos (Mateo 22:37-39). Les enseñamos gradualmente a explicar las verdades bíblicas y a defender su fe, que va aumentando de día en día. Cuando reúnen los requisitos para participar en la predicación pública, los acompañamos y les mostramos con nuestras palabras y ejemplo cómo hacerlo de manera efectiva. Ahora bien, la instrucción que damos a los nuevos discípulos quizá continúe después de su bautismo, pues es probable que necesiten ayuda para hacer frente a las dificultades que se presentan al seguir a Cristo (Lucas 9:23, 24).
“Estoy con ustedes todos los días”
20 Las palabras finales de la misión encomendada por Jesús son muy alentadoras: “¡Miren!, estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas” (Mateo 28:20). Jesús reconoce lo importante que es nuestra labor, y sabe que quienes se oponen a veces reaccionarán con hostilidad (Lucas 21:12). Pero no hay por qué temer, pues nuestro Líder no espera que hagamos nuestra tarea solos, sin auxilio de ningún tipo. ¿No nos consuela saber que contamos con el apoyo de Aquel que tiene “toda autoridad [...] en el cielo y sobre la tierra”?
21 Jesús prometió a sus discípulos que los acompañaría en su ministerio a lo largo de los siglos, hasta “la conclusión del sistema de cosas”. Tenemos que seguir cumpliendo con la misión que Jesús nos encargó hasta que llegue el fin. Este no es el momento de aflojar el paso. Ahora mismo se está recogiendo una abundante cosecha espiritual; son muchos los que abrazan las buenas nuevas. Como seguidores de Cristo, determinémonos a cumplir con la importante misión que se nos ha encomendado; sí, resolvámonos a emplear nuestro tiempo, energías y recursos para cumplir el mandato de Cristo: “Vayan [...] y hagan discípulos”.
[Notas]
La bolsa del cinto era probablemente un cinturón con un bolsillo incorporado que se usaba para llevar monedas. La alforja era una bolsa más grande, generalmente de cuero, que se colgaba del hombro y en la que se llevaba comida u otras provisiones.
El profeta Eliseo le dio la misma orden a su criado, Guehazí, cuando lo envió a la casa de una mujer cuyo hijo había muerto: “En caso de encontrarte con alguien, no debes saludarlo” (2 Reyes 4:29). Se trataba de una misión urgente y no había tiempo que perder.
Puesto que la mayoría de sus seguidores se hallaban en Galilea, quizás fue en la ocasión narrada en Mateo 28:16-20 cuando el resucitado Jesús se apareció “a más de quinientos hermanos” (1 Corintios 15:6). Es posible, pues, que hubiera centenares presentes cuando Jesús encomendó la misión de hacer discípulos.
[Preguntas del estudio]
 1-3. a) ¿Qué hace un agricultor que no da abasto para recoger la cosecha? b) ¿Con qué dificultad se encara Jesús en la primavera del año 33, y qué medidas toma?
 4, 5. ¿Por qué no completaría Jesús la obra que emprendió? ¿Quiénes continuarían con la obra cuando él regresara al cielo?
 6, 7. a) ¿En qué sentido serían las obras de los seguidores de Jesús mayores que las suyas? b) ¿Cómo demostramos que Jesús no se equivocó al confiar en sus seguidores?
 8, 9. ¿Qué ejemplo puso Jesús en el ministerio, y cómo podemos nosotros hacer lo mismo?
10-12. ¿Qué importantes lecciones enseñó Jesús a sus discípulos antes de enviarlos a predicar?
13. ¿De qué maneras demostramos que tomamos en serio las instrucciones que Jesús dio a sus discípulos del siglo primero?
14. ¿Qué indica que todos los seguidores de Cristo deben participar en el mandato que registra Mateo 28:18-20? (Véase también la nota.)
15. ¿Por qué es sabio que obedezcamos el mandato de Jesús de hacer discípulos?
16. Al decir “vayan”, ¿qué nos manda hacer Jesús, y cómo cumplimos esta encomienda?
17. ¿Cómo “[hacemos] discípulos”?
18. ¿Por qué es el bautismo el paso más importante en la vida del discípulo?
19. ¿Qué enseñamos a los nuevos discípulos, y por qué podría continuar tal enseñanza después del bautismo?
20, 21. a) ¿Por qué no hay razón para sentir temor al llevar a cabo la misión que Jesús nos encomendó? b) ¿Por qué no es este el momento de aflojar el paso, y cuál debe ser nuestra determinación?
[Recuadro de la página 96]
¿Cómo podemos seguir a Jesús?
● ¿De qué manera debemos abordar a las personas cuando les llevamos el mensaje del Reino? (Mateo 10:11-13; Lucas 10:5.)
● ¿Cómo nos ayudan las palabras de Jesús a aguantar la oposición a nuestra obra de predicar? (Marcos 13:9-13.)
● ¿Cómo debemos tratar a los que no muestran interés en el mensaje? (Lucas 10:10, 11.)
● Si damos prioridad a la predicación, ¿de qué podemos estar seguros? (Lucas 12:22-31.)
[Ilustración de la página 87]
¿Qué puede hacer un agricultor que no da abasto para recoger la cosecha?
[Ilustración de la página 91]
El amor nos mueve a predicar dondequiera que haya gente
[Ilustración de la página 92]
“Los setenta volvieron con gozo”

No hay comentarios.: