Entre Abril Y Julio de 1994 , en Ruanda se dio la matanza de entre 500000 y un millón de personas , mayoritariamente de la etnia Tutsi, en manos de sus conciudadanos Hutus, recordando esa ocasión relataremos una experiencia de sobrevivencia y amor entre hermanos Testigos de Jehovà. Y el contraste con la religión falsa .
El Papa exculpa a la Iglesia y responsabiliza a sus miembros
En una carta a los jefes eclesiásticos, las autoridades y la población de Ruanda, el papa Juan Pablo II intentó absolver de culpa a la Iglesia Católica por el genocidio ruandés de 1994. Afirmó: “A la Iglesia como tal no puede considerársela responsable de los hechos de sus miembros, que se comportaron contra la ley evangélica”. Sin embargo, añadió: “Todos los miembros de la Iglesia que pecaron durante el genocidio han de tener la valentía de aceptar las consecuencias de los hechos que cometieron”. Al parecer, es la primera vez que el pontífice sale al paso de las acusaciones: que los curas de Ruanda alentaron la carnicería de medio millón de personas, participando de hecho en ella, y que la jerarquía católica no adoptó medidas para detenerla. En el diario italiano Corriere della Sera, Luigi Accattoli, comentarista sobre asuntos vaticanos, dijo que la declaración papal que insta al católico a no eludir la acción de la justicia “pone el dedo en la llaga”, pues “entre los acusados de genocidio figuran sacerdotes que se han refugiado en el extranjero”. El pueblo ruandés es católico en su mayoría.Un artículo del diario Reformierte Presse —basado en un informe de la organización de derechos humanos African Rights— señala que todas las iglesias, “a excepción de los testigos de Jehová”, participaron en 1994 en el genocidio de Ruanda.
Por otro lado veamos la siguiente experiencia :
En los días del genocidio, Tharcisse Seminega, quien se bautizó en el Congo en 1983, estaba viviendo en Butare (Ruanda), a 120 kilómetros (75 millas) de Kigali. “Poco después de que el avión del presidente se estrellara en Kigali —cuenta—, en casa escuchamos que se había ordenado la ejecución de todos los tutsis. Dos hermanos trataron de organizar nuestra huida a través de Burundi, pero la Interahamwe vigilaba todas las carreteras y los caminos.
”No había adónde ir; estábamos presos en nuestro propio hogar. Cuatro soldados vigilaban la casa, y uno de ellos se había apostado a unos 180 metros (200 yardas) con una ametralladora. Al ver que no teníamos escapatoria, oré: ‘Jehová, ya no hay nada que podamos hacer. ¡Solo tú puedes salvarnos!’.
A la noche llegó un hermano corriendo hasta nuestra casa, y los militares le permitieron entrar por unos minutos. Temía que ya nos hubieran matado y sintió un gran alivio al comprobar que aún estábamos vivos. El hermano consiguió llevarse a su casa a dos de nuestros hijos. Luego le informó a Justin Rwagatore y Joseph Nduwayezu que el resto de mi familia permanecía escondida y que necesitábamos ayuda para escapar. Ellos vinieron de inmediato, aprovechando la oscuridad de la noche, y pese a las dificultades y al peligro, lograron llevarnos hasta el hogar de Justin.
”Ahora bien, no nos pudimos quedar en casa de Justin mucho tiempo, pues a la mañana siguiente los vecinos ya sabían que estábamos allí. Durante el día vino un hombre llamado Vincent a avisarnos de que la Interahamwe se preparaba para asaltar la casa y matarnos. Vincent había estudiado la Biblia con Justin, pero no había abrazado la verdad. Él nos sugirió que nos ocultáramos en la maleza de los alrededores, y en la noche nos llevó hasta su casa. Una vez allí, nos escondió en una choza circular hecha de barro que se usaba para guardar cabras. El techo de la choza era de paja y no tenía ventanas.
”Los días y las noches en aquel escondite se nos hicieron largos. Estábamos cerca de un cruce y a pocos metros del mercado más concurrido de la zona. Escuchábamos a los transeúntes hablar sobre lo que habían hecho y lo que pensaban hacer. Oír los espantosos relatos acerca de las masacres en las que habían participado nos puso más nerviosos todavía, por lo que no dejábamos de suplicarle a Dios que nos protegiera.
”Durante el mes que pasamos allí, Vincent hizo todo lo que pudo para cubrir nuestras necesidades. Pero a finales de mayo, nuestra situación se volvió más peligrosa, pues comenzaron a llegar miembros de la Interahamwe que huían desde Kigali. Por tanto, los hermanos decidieron trasladarnos a la casa de un Testigo que tenía una especie de bodega subterránea en la que ya había otros tres hermanos. Nos tomó cuatro horas y media completar a pie el peligroso recorrido hasta su casa. Gracias a Dios, aquella noche llovió torrencialmente, lo cual nos brindó cierta protección.
”El nuevo escondite estaba a metro y medio (cinco pies) bajo tierra, y tenía un tablón de madera por puerta. Para llegar a él, había que bajar una escalera y gatear a través de un túnel. La bodega misma medía unos dos metros (seis pies) cuadrados, olía a humedad y, con la excepción de un pequeño rayo de luz que se colaba por una abertura, estaba completamente a oscuras. Mi esposa, Chantal, mis cinco hijos, los otros tres hermanos y yo permanecimos seis semanas en aquel claustrofóbico agujero. No nos atrevíamos ni siquiera a encender una vela de noche por temor a que nos descubrieran. Con todo, Jehová nos sostuvo durante nuestra tribulación. Los hermanos arriesgaron su vida para venir a animarnos y a traernos comida y medicamentos, y de vez en cuando, podíamos encender una vela durante el día para leer la Biblia, La Atalaya o el texto diario.
”Todo llega a su fin, y el de nuestro encierro llegó el 5 de julio de 1994, cuando Vincent nos comunicó que Butare había pasado a manos del ejército invasor. Salimos tan pálidos de la bodega que algunos pensaron que éramos extranjeros. Además, acostumbrados a decirlo todo en susurros, no fuimos capaces de hablar en voz alta durante un tiempo. Nos tomó varias semanas recuperarnos.
”Esta experiencia tuvo un profundo impacto en mi esposa, quien por fin, tras diez años de haberse negado a estudiar la Biblia, comenzó a hacerlo. A la gente que le pregunta por qué cambió de parecer, ella le contesta: ‘El amor que los Testigos nos mostraron y los sacrificios que hicieron para salvarnos me ablandaron el corazón. Además, me di cuenta de que fue la mano poderosa de Jehová la que nos libró de los machetes’. Chantal dedicó su vida al servicio de Dios y se bautizó en la primera asamblea que hubo después de la guerra.
”Le debemos la vida a todos los hermanos y hermanas que oraron por nosotros y que contribuyeron de una manera u otra a nuestra supervivencia. Su amor tan profundo y sincero trascendió las barreras étnicas.”
“Sea su amor [agápe] sin hipocresía. [...] En amor fraternal ténganse tierno cariño unos a otros” (Rom. 12:9, 10). Así es, el amor que nos tenemos los cristianos es sincero, “sin hipocresía”. No es simplemente una emoción que brota del corazón, sino que se arraiga en los principios de la Biblia. Pero en este versículo Pablo también habla del “amor fraternal” (filadelfía) y del “tierno cariño” (filóstorgos, un compuesto de fílos y storgué).
¡No es raro el que la bondad amorosa de Jehová atraiga a la gente a él! (Jeremías 31:3.) Cuando los siervos fieles de Dios necesitan liberación o ayuda, saben que Su bondad amorosa es en realidad amor leal, que no les fallará. Por eso pueden orar con fe, como lo hizo el salmista que dijo: “En cuanto a mí, en tu bondad amorosa he confiado; esté gozoso mi corazón en tu salvación”. (Salmo 13:5.) Dado que el amor de Dios es leal, la confianza de sus siervos en la bondad amorosa de Dios no es en vano. Cuando oran por ayuda o liberación, tienen esta garantía: “Jehová no desamparará a su pueblo, ni dejará a su propia herencia”. (Salmo 94:14.)
NOTAS =
http://www.laprensagrafica.com/2017/03/21/papa-pide-perdon-por-el-papel-de-la-iglesia-en-ruanda
No hay comentarios.:
Publicar un comentario